Una coordenada: la capital de las capitales. Una tierra que acobijó migraciones, historias y gánsteres. Una tierra que inspiró ficciones, que abraza a viajeros, que cotiza en bolsa. Una tierra que siempre tuvo su propia fiesta y sus propios compases: fue kinky, es (¿post?) hipster.
Una tierra que, desde marzo de 2021, además de todos sus colores, olores y texturas de siempre, también dio un paso en términos de ampliación de derechos: legalizó el cannabis recreativo. Una actividad que, para ser honestos, siempre estuvo latiendo y que ahora ya no se esconde: lo cual es, literalmente, un montón. Y, por cierto, bienvenido ese montón.
Y que, de sus casi 20 millones de habitantes, tuvo a uno –bueno, para ser honestos, a un par, bah- entregado en cuerpo y alma a la causa: que el cannabis fuese completamente legal. Salir del closet, digamos. Hubo un tipo que tejió, que creó, que le quitó lo bastardo a la entelequia “lobby”.
La coordenada es Nueva York y ese tipo es Vladimir Bautista.
El cannabis en su lugar
Alguna vez, la prestigiosa edición norteamericana de la revista Forbes aseguró que Happy Munkey, el club/fiesta/ágape/smoker club de Vladimir Bautista y su socio, Ramón Reyes, era una especie de “Studio 54 de cannabis”. Lo cual, para ser Forbes y por hacer mención a Studio 54 (la discoteca emblema del underground neoyorquino de los ’70), es –de nuevo- un montón. Y, una vez más, bienvenido ese montón.
Desde ahí, desde esa iniciativa, Bautista comenzó a juntar a personas de diferentes espacios –el arte, la política, las finanzas, los medios y tanto, tanto más- con el objetivo de intercambiar juerga, humos, anécdotas y lazos. Desde ahí, entonces, a partir de esa inspiración en los cafés cannábicos que Ramón trajo de Ámsterdam, fueron construyendo la idea de sacarle clandestinidad al cannabis en Nueva York.
Es que todos los invitados estaban formalmente en la misma: prendidos a un porro, ¿para qué mentir?
Ese camino comenzó discreto y paulatinamente fue creciendo: pasó por conferencias, promociones de elementos oscilantes al cannabis, arengas para inspirar a las personas. Crearon merchandising, ropa y hasta una revista digital. Movieron los estantes. Ayudaron a poner al cannabis en su lugar y que, en rigor, quede cada vez más lejos de lo vedado.
Fueron tiempos de aprendizaje para Bautista, su socio y su crew. Por estos días, ya son más de 5 años con Happy Munkey y, aunque cerraron su club (“Rockeamos hasta la pandemia”), su espíritu sigue más vital que nunca.
Dos hitazos: colaboraron con la legalización del cannabis recreativo en Nueva York y, además, su empresa ya es reconocida mundialmente.
Cannabis no es droga
“Somos pioneros en comenzar desde los barrios bajos y, luego, convertirnos en potencia”, toma confianza Vladimir, de familia dominicana y de crianza en el Upper Manhattan, un barrio que nuclea a casi dos millones de caribeños.
Desde allí, Vladimir comenzó a lidiar con los primeros prejuicios (muchos que, by the way, aún permanecen). “Tratar de educar es una batalla que todavía damos. Queremos dar a conocer que el cannabis es un beneficio y no una droga. Hay gente que tiene grabado eso en su mente”, cuenta.
A su vez, para ejemplificar, recuerda que, hace un tiempo, ayudó a quien fuera su niñera, una mujer que sufría de artritis. Le compartió unas pomadas medicinales con CBD y, luego de unos días, sus dolores empezaron a menguar. “Lo que le doy viene del cannabis”, le dijo él. Y ella –desconfiada- no le creía: que no, que no podía ser, que eso era droga.
“Hay que explicar los beneficios del cannabis. No es una droga como siempre han pensado”.
Cultura NYC
Con el cierre del club, empezaron a tender redes de otras formas, a darle robustez a su podcast, uno de sus principales productos. “Ya no estamos en el closet, sabíamos que esto iba a ser parte de la sociedad”.
Desde sus inicios, Happy Munkey se propuso compartir experiencias: inmersivas, políticas, discursivas, audiovisuales, todas juntas a la vez.
Y, en ese sentido, el podcast, uno de sus berretines más populares, representa una voz neoyorquina dentro de la cultura. “La gente de California y del West Coast tenía su voz. Aquí no había una voz de la cultura. Y por cómo es la cultura de Nueva York -muy rica y muy divertida-, la necesitaba. Mediante el podcast estamos entrevistando gente, hablando de diferencias, mostrando su mercado y su propia cultura”, explica.
Salir del closet
A la sazón, Bautista señala que la cultura cannábica en Nueva York existe hace más de 80 años y que, “como ha sido ilegal, la gente lo ha hecho de forma disimulada”.
En sus palabras: “En Nueva York la vida es muy rápida. No estás fumando en la playa. Aquí, en la ciudad, es una cosa totalmente diferente. Antes tenías que fumar en el carro, buscar maneras creativas. Por eso la cultura del cannabis fue una cultura de la confianza: sólo podías confiar en los tuyos. ¿Por qué? Porque podía traerte problemas con el trabajo, con la sociedad. Nueva York es una de las ciudades que más consume en el mundo, pero tuvimos que hacerlo disimuladamente”.
—¿Pensás que Happy Munkey tuvo que ver con ese cambio?
—Nosotros jugamos una parte grande en todo lo que ha cambiado. Cuando hacíamos eventos, comenzamos a juntar a gente de clase baja con la de clase alta, a negros, marrones, morenos y blancos: a todo el mundo. Eso provocó una nueva psicología de cómo la gente ve al cannabis, de cómo lo califica. Entonces, la legalización fue como destapar el volcán más grande del mundo. Ahora la gente puede fumar donde sea y Nueva York es el estado donde, en el lugar que podés fumar un cigarrillo, también podés fumar marihuana.
—Con el cannabis recreativo legalizado, ¿qué pensás que falta?
—Estamos agradecidos de que se haya legalizado. Pero ha sido a espaldas de todas las minorías que, a pico y pala, hicieron la industria. Hay gente que terminó muerta, sigue habiendo presos. Ahora que la cosa se legalizó y el mercado está bien grande, tenemos que darle las primeras oportunidades a quienes estaban ahí cuando la cosa no era aceptada por la sociedad. Sin esa gente no hubiéramos llegado donde estamos ahora. Tenemos que asegurar que todo ese dinero que tenían destinado a meter presa a la gente vaya a la comunidad. Para esa gente que arriesgó su vida por medicina. Tenemos que crear oportunidades para las comunidades y poder cambiar lo que les pasó.
Nueva York, modelo para armar
Entretanto, Bautista espera que este movimiento continúe creciendo hacia otras ciudades de Estados Unidos y que la legalidad siga expandiéndose.
“Washington mira lo que pasa en Nueva York para escoger su modelo, para ver cómo hacen las cosas de una manera federal. Bueno, también lo hace el mundo entero. Somos un sancocho de todas partes del mundo. Por eso lo que pasa aquí, en la capital del mundo, va a influir con lo que pasa en el resto del planeta”, se esperanza el PR, activista y empresario.
Así las cosas, con Happy Munkey planean seguir dando a conocer su marca y, en lo formal, también buscan una licencia para cultivar, para desarrollar procesos, para producir. Asimismo, anhelan tener su propio dispensario. “Queremos un lugar donde se pueda consumir”.
Y, para cerrar, Bautista ensancha su pecho orgulloso: “Es muy importante que el mundo vea que, contra todo, uno puede inspirar a los latinos a hacer lo mismo en su ciudad, en su país”. Sí, un montón.